sábado, 17 de septiembre de 2016

Carta a Michel Longuet (cuento)

Tony Duvert, “Carta a Michel Longuet” (1974), publicada en la revista Hétérographe. Revue des homolittératures ou pas, no. 9, primavera de 2013, pp. 8-13.

Marrakech, 12 de marzo
Mi muy querido amigo:

Siento una gran envidia de las maravillosas vacaciones que pasas en París, pues es la ciudad más bella del mundo y las francesas son muy bonitas, jóvenes, bien vestidas y no piensan más que en el amor. Mientras tanto, yo tengo que quedarme aquí, donde uno se sofoca de calor y fatiga (ni siquiera hay metro). Es una ciudad horrible, llena de árboles llenos de insectos llenos de gérmenes; y no solamente las marroquíes, cuando no están veladas, no son ni jóvenes ni bellas, sino que son inaccesibles. Me avergüenza decirlo, pero tal es así que los muchachos tienen que hacer el amor entre ellos. En la calle, por todas partes, lo llaman a uno: “¡psst! ¡psst! ¡fuck-fuck!”, incluso aquellos en edad escolar. Apenas me atrevo a poner un pie fuera y, sin embargo, me veo obligado a someterme a esas costumbres abominables, pues mis amigos de aquí insisten en compartir mi cama, exhibir sus partes viriles, hacer de hombre o mujer con la misma falta de pudor. Y si me negara, Dios sabe el rencor que tendría que soportar. Lo peor de ese libertinaje es que no tiene descanso: hay que soportarlo mañana, tarde y noche. Temo que a este nivel mi columna vertebral se deshaga, vaciada de todo el semen que, por supuesto cariño, mis amigos me hacen desperdiciar sin descanso. Aun así, sueño con las elegantes parisinas con las que vas a bailar a los antros. Algún día, yo también quiero ir a París para conocer al fin esa vida deslumbrante y voluptuosa, pero ¿tendré fuerzas todavía? Estoy en un estado lamentable por delante y por detrás.
                  
       Me haces demasiada falta y, desde tu partida, las cartas que te he escrito se han empapado de lágrimas a tal grado que he tenido que renunciar a enviártelas. Tu amistad sí estaba fundamentada en el respeto a mi persona y jamás se rebajó a las infames caricias que aquí son regla. ¡Cómo me encantaría encontrar un afecto tan puro!
                      
       ¿Qué más puedo decirte? No quiero agobiarte con la descripción de cada uno de los detalles de mi vida cotidiana. Mis ventanas se abren sobre un jardín repleto de aves tan escandalosas que me impiden dormir por la mañana y tan insolentes que se meten en el comedor a robar las migajas de mis comidas. Entre los árboles, veo la cordillera del Atlas (altas montañas azules y blancas que nos envían un viento helado). Alquilo un bello lugar, aunque mal cuidado, pues cualquiera entra y sale; y, como muchos europeos solteros viven en el mismo edificio, siempre hay en la puerta muchachos y chamacos marroquíes esperando ser invitados adentro: cuando paso frente a ellos, les hago una expresión severa y no me importunan. Pese a la comodidad de la que gozo, duermo muy mal, ya que a menudo debo alojar a ciertos amigos que se demoran demasiado después de cenar y, cuando son tres los que comparten una cama, uno no está a sus anchas. Con todo, estoy contento de que sean muy jóvenes y, por lo tanto, poco corpulentos. Detalle curioso: tengo una segunda cama en otra habitación, pero nadie quiere dormir ahí.
                       
       Paseo mucho, con melancolía y los ojos bajos; frecuentemente algún adolescente me aborda y me lleva a un rincón para compartirme sus angustias amorosas; o bien, se trata de algún niño al que mi prepucio de cristiano lo hace hervir de curiosidad (y ni modo de desdeñar ese vivo placer de aprender). Sin embargo, ¡qué triste vuelvo de esos paseos! A penas llego a casa y las visitas comienzan; no termino de desvestirme y volverme a vestir, por lo que mi ropa ya está toda rasposa de tanto frotarla. Es imposible estar solo, meditar, dedicarse a cosas bellas. Siempre la fornicación, el chisme, los inoportunos. Ya no soporto esta ciudad.
                      
       Ése es mi estado. Hazme llegar pronto, amigo querido, noticias grandiosas de tu estancia en París. Quiero saberlo todo de esa metrópoli de las finanzas, las bellas artes y el placer. Y si por azar puedes encontrar una postal de la Torifel (1) (me han hablado también de una mezquita maravillosa que se llama algo así como El Saj-Rekor (2)), te estaría infinitamente agradecido de enviármela como una muestra de sincera amistad.

          Tu muy querido amigo
          Tony (en árabe)

(1) En el texto en francés, aparece Touréfelle, deformación de Tour Eiffel.
(2) Se refiere a la Basílica del Sagrado Corazón (Sacré-Cœur), usando un recurso de extrañamiento por el que es presentada con un nombre arabizado (El Sakh-Rhékeur, en francés).

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